El pasado 30 de enero, el periódico de tirada nacional La Razón publicaba un artículo con título Los psicópatas violentos no entienden el castigo, según un estudio neurológico. Apoyándose en dos estudios, Brain Response to Empathy-Eliciting Scenarios Involving Pain in Incarcerated Individuals With Psychopathy (2013) y Punishment and the psychopath: an fMRI investigation of reinforcement learning in violent antisocial personality disordered men (2015), desarrollados por investigadores de la Universidad de Montreal y del Instituto Universitario de Salud Mental de Montreal (Canadá) y que podemos encontrar con todo detalle en la web de Tendencias 21, estos se plantean como objetivo observar la influencia de las zonas cerebrales en el comportamiento de los delincuentes y psicópatas, con el hallazgo de anomalías en las partes cerebrales relacionadas con el aprendizaje.
Como sabemos que la psicopatía es uno de los temas estrella dentro de los análisis criminológicos y su interés ha acompañado a las ciencias del comportamiento desde hace décadas, citar a cada uno de sus autores desvirtuaría el objetivo de este blog de analizar la noticia de manera sencilla. Por ello, nos gustaría empezar, de modo somero. desde algunas de las definiciones más fundamentales del fenómeno. En primer lugar, podemos destacar el clásico de Cleckey, The Mask of Sanity, publicado en 1976, donde explica que la psicopatía es un conjunto de rasgos de personalidad, como la ausencia de remordimiento y culpa, la irresponsabilidad, la impulsividad, la mentira patológica la manipulación, la pobreza de reacciones afectivas, el egocentrismo, la superficialidad, el encanto externo y la incapacidad de aprender del castigo.
Otro referente inapelable es el famoso Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V), especialmente en su quinta y última edición, en la que se sitúa a la psicopatía como un equivalente al trastorno de personalidad antisocial, y en el CIE- 10 (Clasificación Internacional de Enfermedades) el término psicopatía correspondería con el trastorno de personalidad disociativo.
Pues bien, el estudio de los investigadores de la Universidad de Montreal y del Instituto Universitario de Salud Mental de Montreal (Canadá) tiene un alcance más biológico del fenómeno de la psicopatía, ofreciendo resultados sobre una reducción de la sustancia gris en zonas la corteza prefrontal anterior y en unas zonas de los lóbulos temporales, áreas que se relacionan con el procesamiento de la información, las emociones, la empatía o el razonamiento moral.
De este modo, desde el año 2000, Raine ha mostrado con mayor claridad en diversos estudios de neuroimagen una perturbación en el funcionamiento del sistema nervioso central, que podría relacionarse con la conducta antisocial. Esto no es algo nuevo, ya que esta idea ya pululaba entre las hipótesis de trabajo de investigadores como Damasio, el mismo Raine, o Henry y Moffitt durante la década de los noventa, concluyendo la existencia de deficiencias funcionales y estructurales en los lóbulos frontales y temporales de los psicópatas. Asimismo, Hare y Sachalling también publicaron en su libro Psychopatic behavior: Approaches to research los resultados tras un análisis diferencial de la psicopatía en la que detectaron principalmente desajustes cognitivos y neuropsicológicos, así como mayor actividad de ondas cerebrales lentas que explicarían las dificultades para aprender de la experiencia.
En el mismo estudio también encontraron anomalías vinculada al aprendizaje a partir de la experiencia, esto es, los psicópatas no adaptan su comportamiento ante la misma situación a pesar de recibir sanciones. Dicha resistencia explicaría los altos niveles de abandono en programas de tratamiento. Este descubrimiento junto con las características de estos sujetos, ha llevado a muchos profesionales a creer que los psicópatas pueden ser intratables, de ahí que en gran parte de definiciones se destaque su incapacidad de aprender de la experiencia o el castigo.
Todo este interés por la biología de la psicopatía nos lleva a considerar, pues, que existe una relación innegable entre las zonas del cerebro relacionadas principalmente con el aprendizaje, y la psicopatía. Por ello, desde el punto de vista de la intervención con psicópatas, las prospectivas no gozan de aires de optimismo, y al seguir la argumentación de estos investigadores tomamos conciencia de que las dificultades en la reinserción deberían servir para plantear nuevas vías de tratamiento. En este sentido, como señala Lösel en su clásico sobre la temática Psychopaty: Theory, Research and Implications for Society, publicado en 1998, el principal problema es que todavía no se ha descubierto el método de tratamiento más efectivo para los psicópatas.